En mis producciones oníricas nocturnas escucho
su voz entonando dos dulces palabras
que en su momento provocaban en mi una
indescriptible sensación y que hoy brillan por
su ausencia.
Evidentemente las extraño y se que quizás nunca
las volverá a susurrar en mi odio.
Luego despierto, y nuevamente me encuentro enrejado
de alambres de púa que se despliegan no solo sobre
la superficie de mi cuerpo sino también en todos
los rincones de mi imaginario.